Una semana de aquellas. Donde se dan dos muestras palmarias del principal problema del país: la falta de conexión con la realidad de las elites. Un senador, Patricio Walker, como ya antes lo habían hecho otros personajes políticos, reduce su potencial participación en un delito penal a un acto de fe. Los archivos que la fiscalía pedía de su computador, para aquilatar si había tenido participación en un posible delito de cohecho, misteriosamente desaparecieron. La explicación del senador de la Democracia Cristiana, fue que alguien -él no sabe quién fue- se introdujo en su computador y borró esos archivos. Lo único que queda, después de una declaración como esta, es simplemente creerle o no creerle.
Y, segundo, en una costumbre que Asexma ha tenido hace varios años de mezclar humor con política, su presidente le regala al ministro de Economía una muñeca sexual inflable, tapándole la boca con un letrero que dice que así como a las mujeres, hay que estimular la economía. Presentes en la ceremonia hay, además, dos candidatos a la presidencia de la República, que se jajajean a destajo con el regalo y posan con la muñeca, el ministro y el presidente de Asexma, como si se tratara de una travesura de cabro chico.
Detrás de ambos episodios hay un mismo elemento básico: una insensibilidad brutal de las elites sobre la forma como hoy la ciudadanía pondera los hechos públicos. Dar una explicación inverosímil era perfectamente plausible hace dos décadas. De hecho, en ese tiempo, bastaba presentar un trabajo cualquiera como justificativo de un servicio prestado y pasaba colado. La versión oficial de la empresa, ante cualquier desaguisado que la tuviera como sospechosa, era casi equivalente a un fallo judicial. Nadie mostraba disidencia, todo se alineaba detrás del texto, y el potencial daño quedaba controlado. Lo mismo con una autoridad de la República. Un ministro de Estado pudo votar con el carnet de manejar, porque se le daba el beneficio de la duda de que era él y su explicación de que se le había quedado el carnet de identidad era lógica y creíble. Un poco de ruido hubo, porque los periodistas que estaban en el lugar de votación se dieron cuenta del hecho, pero duró dos o tres días y el voto valió.
De pronto la cosa cambió. Y como dijimos anteriormente en otra columna, cuando suceden los cambios pocos los notan, mientras la mayoría cree que son sucesos anómalos temporales, que luego van a volver a la normalidad.
Quizás el primero de estos avisos grandes, mayúsculos, vino con el juicio y la movilización social contra la planta de Celco en el Río Cruces. Por primera vez se tenía una posibilidad de visibilizar el daño que al parecer producía esta planta de celulosa, cerca de Valdivia. La forma era la de cisnes de cuello negro, muertos a la vera del río. Hubo informes científicos a favor y en contra de Celco. Miles de valdivianos salieron a las calles a denunciar el daño ambiental provocado. Un estudiante tuvo la osadía, en una de estas manifestaciones, de interpelar al presidente de la República, de visita por Valdivia, y el primer mandatario -Ricardo Lagos- le tiró toda la caballería encima, espetándole que cómo osaba dirigirse al Presidente de la República de esa manera.
El juicio lo ganó Celco en la Corte Suprema y al día siguiente cerró la planta, en un gesto elocuente de los nuevos tiempos, donde no necesariamente lo legal es lo correcto. Un suceso acontecido fuera de Santiago, con fallo judicial a favor, no fue capaz de dar vuelta la ola emocional que había capturado al país sobre el incidente.
Quizás uno de los eventos más simbólicos del cambio de percepción en la ciudadanía sobre sucesos de la elite no tuvo que ver con la economía ni la política, sino con el fútbol, la pasión de multitudes. Jorge Valdivia, el Mago, ídolo indiscutido de la afición futbolística, en pleno proceso de clasificación para el mundial de Brasil, invita a un pequeño grupo de sus más íntimos al bautizo de su hijo. El hecho ocurre en su casa, el mismo día en que la selección chilena debe concentrarse en el conglomerado de Juan Pinto Durán. Al día siguiente, el entrenador de la selección nacional, Claudio Borghi, informa que ha apartado a varios jugadores momentáneamente del plantel por llegar tarde a la concentración y no en «estado adecuado». La respuesta viene muy rápido y sigue la estricta lógica clásica de control de daños, poniendo a los ídolos y su credibilidad frente a la del entrenador. Cuatro de los cinco jugadores aludidos (Vidal se había devuelto a Europa) -Valdivia, Carmona, Beausejour y Jara-, apoyados por el Sindicato de Jugadores de Fútbol, arman una conferencia de prensa y señalan que no llegaron en mala situación, que Borghi miente y recurren a la confianza del hincha para que aquilate quién tiene la razón. Parecía un jaque mate para el entrenador, que no tenía una buena imagen por parte del futbolizado aficionado chileno, por llegar a reemplazar al ídolo que dirigía antes que él, Marcelo Bielsa. No pasaron 12 horas y de entre los íntimos del anfitrión Valdivia salió a los medios un video, que mostraba como el dueño de casa se caía sobre las mesas y se tambaleaba al caminar mientras estaba en la fiesta del bautizo de su hijo. Repito, de entre los íntimos que fueron invitados se grabó la prueba de lo que decía Borghi y se difundió por los medios, antes de que terminara el eco de la conferencia de los futbolistas negando los hechos.
¿Cómo se entienden los hechos narrados en el contexto de lo ocurrido con el senador Walker y el presidente de Asexma?
Hace ya bastante tiempo que se dan señales de que la relación de los ídolos, las elites y las autoridades con la población dejó de ser una vía de comunicación vertical, donde la voz de la autoridad, el empresario, el ídolo futbolístico, el obispo, por sí y ante sí, generaban la versión oficial de los acontecimientos. La gente hoy se comunica entre sí como nunca antes y eso genera efectos multiplicadores inéditos. Personas que padecen una situación común, pero que no se conocen, sin militar juntos ni trabajar en la misma empresa, ni siquiera ser de la misma ciudad, salen a la calle a la voz de un llamado que los interpela. Y se multiplican por miles. Y se ven y se dan cuenta de su poder. Partió con cabros chicos el 2006, siguieron el 2011, se trasladaron a los problemas en la empresa y de ahí no pararon de salir más. Desafiando esa frase grosera y amenazante que, de cuando en cuando, lanzan desde empresarios a ministros progres: «hay que cuidar la pega». Salieron por el mal olor proveniente de su fuente de trabajo en Freirina, por lo que veían como una injusticia regional de trato en Aysén, por la educación, y últimamente por las pensiones del sistema de las AFP. Si hay algo que ya se sabe de antemano es que la vieja práctica del interpelado por la ciudadanía, de difundir comunicados oficiales con la versión de la empresa, o apelar a la autoridad de turno, comunal, distrital, regional, buscando alero frente a la denuncia ciudadana no funciona como antaño. Nadie quiere recordarse -en medio de los juicios al respecto- de los millones que se entregaron para financiar campañas, por lo que retribuir con actos oficiales está fuera de línea y posibilidades. Esto deja a toda una elite de las más diversas áreas suspendida en su propia burbuja.
Así como las comunicaciones e internet movilizaron gente como nunca antes, también esas generaciones de adultos y jóvenes chilenos, más educadas que nunca antes en la historia, asimilaron con mucha rapidez valores nuevos que se comunicaban y los beneficiaban. Una nueva mirada a la mujer, con menos ninguneo clásico y estereotipos de cocinas y cuidar guaguas; una renovada impresión del homosexualismo, no ya como una enfermedad o un castigo de Dios, sino como una condición válida, merecedora de respeto. Del palmoteo cariñoso en el poto en la oficina, a los chistes sexistas sin más justificación que la burla, se pasó a una progresiva ascendente de trato, si no igual, a lo menos equilibrado y respetuoso. Las palabras volvieron a tener validez por su significado; y lo que se dijo exigió que alguien se hiciera cargo de ello. Cuando la ex ministra Carolina Schmidt, pocas horas después que su jefe, el presidente Sebastián Piñera, hiciera un chiste sexista comparando políticos con damas, salió a criticar sus palabras en público, pareció que se había ingresado a otro portal de trato en lo más alto de las autoridades de gobierno.
No digo que estamos mucho mejor que antes. Lo que digo es que se está descorriendo el velo de la hipocresía y la mentira en situaciones que, antes, eran dominadas por ellas. Y este tránsito es doloroso, porque las ideologías sobre el prójimo, especialmente si es distinto a ti, están grabadas a fuego en tu manera de ser, de hablar, de presentar regalos, de opinar por Twitter, de buscar apoyos en la confianza.
Ya no está el público en la misma disposición temerosa o disminuida para reaccionar como antes se hacía, bajando la cabeza para cuidar la pega, cuando se le pedía que la cuidara; o aceptando de buenas a primeras la palabra de la autoridad, cuando se exigía un acto de fe en su favor; o aceptando como muestras de cariño las palmaditas y sobajeos a las mujeres de la oficina; o esperando risas de aprobación para cada idea vieja, que traiga a tiempo presente el ninguneo y desprecio por el género opuesto.
Lo que pide el senador Patricio Walker es que le creamos de buenas a primeras que alguien le borró los archivos de su computador. Lo que pide el empresario Roberto Fantuzzi es que nos riamos de la muñeca inflable, como nos reímos del indio pícaro, cuando los tiempos no son los de igualar los dos géneros en cómo nos burlamos de ellos, sino en cómo no seguimos violentando al que hemos violentado siempre.
Ninguna de las dos cosas hoy es posible, como sí podía serlo antes. El senador Walker, un tipo serio y que ha contribuido a políticas públicas de peso y necesarias para el país, después de saberse sus lazos con la industria pesquera de su región, se ha puesto en una situación muy difícil para las autoridades enfrentadas a un hecho sospechoso: que la ciudadanía haga un acto de fe en su palabra.
Roberto Fantuzzi, buen empresario metalúrgico y creador de una tradición humorístico-política de regalar tonteras a las autoridades, confundió lo que a su entorno le parecía trivial con cómo hoy la gente percibe gestos asociados a estereotipos sexistas. Y su regalo le explotó en las manos. Digo que no sólo Fantuzzi es responsable de esto, sino también su entorno cercano, porque nadie lo dijo mejor que la publicista @vicmassarelli en Twitter: «Pensó el chiste. Se rió. Lo compartió. Rieron. Compraron la muñeca, subieron al escenario. Volvieron a reír. Sacaron la foto. Seguían riendo.»