Aparecen frases en candidatos presidenciales de la derecha que sugieren xenofobia, discriminación hacia los inmigrantes, una mirada nacionalista de país amurallado. De inmediato se le oponen, correctamente, voces que informan sobre la evidencia del inmigrante en Chile: aportan económicamente mucho, delinquen menos que los chilenos, contribuyen a ampliar el ombliguismo nacional.

Se usa la evidencia de estadísticas como prueba de lo que se dice no es verdad. Quizás esperando que quienes mintieron reconozcan su error y maticen sus dichos. Desgraciadamente, en la estrategia de quienes hoy se lanzan contra los inmigrantes la evidencia es irrelevante. Lo que importa es el efecto Trump. Y eso hay que explicarlo.

Donald Trump mostró un ángulo inédito por décadas en las campañas políticas presidenciales en EEUU: apelar a la emoción primaria; en particular a lo que se conoce como «primal fear». Ese instinto primigenio, pre-civilización racional y ordenadora, que detecta una amenaza y que impulsa -no a la razón- sino a hacer lo que sea para sobrevivir.

Estados Unidos es el país más violento del planeta. En la estadística violenta que sea ocupa siempre los primeros lugares. Más homicidios que en ninguna parte; más violencia intrafamiliar; mayores tasas de violaciones intrafamiliares; más asesinos en serie que ningún otro país; de los primeros en ejecutar condenados a muerte; la proporción más alta de encarcelamiento del mundo; involucrado, en los últimos 100 años, como ningún otro país en guerras fuera de sus fronteras.

Su historia es elocuente al respecto. En 1789 entró en vigencia su Constitución Política, una de las más estables y respetadas del mundo. Varias constituciones se reflejaron en la de EEUU a la hora de ordenar políticamente sus países. Una muestra de pacto social ejemplar. Casi 80 años más tarde de la irrupción civilizadora de la Constitución de EEUU, el país ya estaba en condiciones de matarse unos a otros por defender varios estados, entre otras cosas, esa inmigración obligada que se llama esclavitud. Y 80 años más adelante, todavía en algunos estados del sur de EEUU los linchamientos de negros eran cotidianos, el Ku Klux Klan era un movimiento en alza, y los asientos en el transporte público de muchos estados estaban divididos entre aquellos para blancos y aquellos de atrás para los negros. Ya estamos en los años 60 del siglo XX, en medio del alzamiento popular en favor de los derechos civiles. Cuando el presidente de turno, para integrar los colegios como lo exigía una nueva ley, debió llevar a los niños negros desde sus barrios a sus nuevos colegios, en buses flanqueados por soldados del ejército y la Guardia Nacional. Como la violencia en EEUU no se da solamente en la base, ese presidente, John Kennedy, poco tiempo después se convirtió en el cuarto primer mandatario de EEUU en ser asesinado durante el ejercicio de su cargo. Récord absoluto para una democracia moderna. Antes que él fueron asesinados Abraham Lincoln, James Garfield y William McKinley. Si se tomaran en cuenta los intentos de asesinato a los demás presidentes, el récord sería aún más apabullante.

La Segunda Enmienda de la Constitución de EEUU permite a sus ciudadanos tener y portar armas de fuego. La naturaleza de asamblea ciudadana que primó en la construcción de EEUU, donde se recelaba del gobernante único y todopoderoso, por lo que los estados se erigieron en un contrapoder serio al ejecutivo, no era suficiente seguro ante la posibilidad de un líder que usara el poder del gobierno contra su gente. Y por eso se ha mantenido la Segunda Enmienda intacta desde su origen. Si todo fallara, si la institucionalidad democráticamente creada no pudiera contener a un gobernante erigido en dictador, entonces ahí estará el pueblo armado para hacerlo. Y la Segunda Enmienda sigue vigente. Y explica la cantidad de armas que aparecen de pronto en las noticias, utilizadas por escolares en colegios, por loquitos en cualquier escenario, en resoluciones de conflictos vecinales cuando los diálogos fallan.

Si el carácter violento de EEUU no se percibe más frecuentemente es porque se equilibra con un territorio inmenso, que diluye la concentración de noticias violentas, y porque los estadounidenses, a pesar de todo lo señalado anteriormente, han logrado crear un orden paralelo al de la violencia individual y colectiva, sobre la base de una historia algo esquizofrénica, donde cohabitan la excelencia y la violencia y, desde hace unos 50 años, por la construcción de un lenguaje civilizatorio, consensualmente aceptado, que reemplazó el lenguaje de la separación y odio que permeaba ese país desde su nacimiento.

El negro, identificado por un color, se volvió «African American», identificado por un origen, reivindicando su condición inicial de esclavo. Igual con el «Native American» por el indígena; el «Latino» por los latinoamericanos; el «Asian American», por el oriental nacido en EEUU. El lenguaje descriptivo, políticamente correcto si se quiere, creó una realidad pública. La conciencia no abusiva de la Carta Fundamental, interpretada en sendos fallos de la Corte Suprema, se trasladó también a otros ámbitos como las relaciones de género, después de peleas titánicas por décadas. A los derechos de hombres y mujeres en su intimidad cotidiana. Más recientemente a las orientaciones sexuales de los estadounidenses, con un lenguaje nuevo, pertinente a las nuevas realidades. Amplificadas cada una de estas luchas y conquistas a través de la cultura del cine y la televisión, que llevó a «the American Way» a fijar un estándar de civilización mundial.

La estructura creada por este nuevo lenguaje de inclusión y tinte neutro se hizo casi sinónima de la American Way. Hasta que la globalización sacó los empleos de Michigan y Wisconsin y los llevó a la mano de obra barata de China. Hasta que, luego de bombardear y complotar en todo el mundo, la sombra del terrorismo aterrizó en territorio estadounidense, con su secuela de inseguridad y miedo. Hasta que pagar la universidad de los hijos pasó de un ahorro clásico, romántico casi, a la razón por la cual los padres no podían jubilar. Hasta que el mensaje en la Estatua de la Libertad, llamando a acoger a los inmigrantes del mundo, cedió paso a un rencor larvado, encubierto por el lenguaje políticamente correcto, que retrotrajo las miradas a tiempos de pánico a las diferencias.

Trump captó mejor que nadie lo que estaba pasando. El andamiaje construido por el lenguaje de lo políticamente correcto servía para disimular el sentimiento real cuando se estaba en público. Pero, en la casa, protegido por la privacidad de la familia o las amistades más cercanas, el Afro American volvía a ser el «fucking nigger». El musulmán estadounidense perdía el respeto religioso de la Constitución y era terrorista en potencia. El Latino, que llevaba cuatro generaciones hablando inglés, atraía peligrosamente a otros como él que buscaban el sueño americano, escapando de la pobreza económica en sus países.

Y Trump habló. Y lo que dijo fue sencillo, aunque sus palabras dijeran otra cosa: es tiempo de «reckoning», dijo, ese momento tan presente en la cultura norteamericana cuando se deben saldar las cuentas, aceptando lo que se es y se siente. Apeló a destruir el muro de lo políticamente correcto y votar como se sentía en la guata. El blanco de estados industriales, sin educación universitaria ni empleo o temiendo perderlo, saltó de su letargo y dijo ¡Upa! El Latino establecido en Florida por décadas, dejó de ver a sus iguales en la isla o Centroamérica como pares y los reconoció como rivales. «Protejan lo que tienen», dijo Trump con otras palabras, «porque todo está en riesgo». Trump vio que tras toda una cultura de democracia, civilización y lenguaje inclusivo, a la hora del miedo, se debe apelar al instinto primario de sobrevivencia. Y ese es siempre egoísta en lo individual y nacionalista en lo colectivo. «Make America Great Again» apelaba al pasado victorioso en dos guerras mundiales y una tercera Guerra Fría, pero también inevitablemente ese pasado traía consigo visiones del orden de esos tiempos, cuando «separados pero iguales» se consideraba una relación igualitaria.

«Vota como sientes, no como piensas», sugirió Trump. Y esa apelación inhibe la evidencia fáctica contraria. No sirven las estadísticas que prueban que la realidad es distinta. En la soledad de la urna electrónica, el llamado es a sentir la voz del «primal fear». Se convoca al miedo que se ha ocultado tras un lenguaje caballeroso, para que salga de su guarida y vote por la seguridad de los similares.

Lo que Ossandón y Piñera han abierto es la estrategia de Trump en un país que se sabe es profundamente hipócrita en público y muy segregador, clasista y asustado del distinto en lo privado. Como Trump, apelan al sentimiento instintivo, que trasciende una clase social. No sirven las evidencias estadísticas, porque la interpelación no es a la razón, sino al miedo. No buscan dirigirse a su clase con la advertencia sobre los inmigrantes, porque esos votos se consiguen con propuestas económicas de menos impuestos, expectativas de mejores negocios, complicidades valóricas con la religión dominante y la garantía de la continua segregación de colegios, salud y barrios según ingreso familiar.

No, al igual que Trump, la advertencia sobre los inmigrantes apela a quienes se perciben potencialmente amenazados por ellos: trabajadores fabriles, campesinos, servicio doméstico, la clase media, gente que camina en la calle y los ve, observa los cambios de tonalidades en la piel, la multiplicación de los acentos y duda si eso puede amenazar lo poco que tiene.

Apelar al miedo es un clásico de campañas. El triunfo de Trump no necesariamente es replicable. Pero su método, cuando los escrúpulos no forman parte del ADN de los candidatos, merece la pena intentarse.

El llamado de Trump a suspender el pensamiento racional y votar con la guata aterrizó en Chile. Su primer capítulo es la fabricación de miedo contra los inmigrantes. No tengo dudas de que en los medios de comunicación afines a esas estrategias se destacarán profusamente los delitos realizados por inmigrantes, creándose la estadística de lo que se ve en la televisión, se lee en columnas o se escucha en la radio como sustituta de aquella con datos objetivos.

Trump no ha visitado Chile todavía. Pero ya está dejando huella.