Un spot sobre el calentamiento global refleja muy gráficamente las dificultades para poder percibir lo que está pasando, mientras las cosas están pasando. Deténgase un minuto y vea el spot.

Anticiparse, detectar lo que está cambiando mientras se producen los cambios es muy difícil. En primer lugar, porque estamos preconfigurados para las rutinas y los procesos que hemos visto por años. Nos educamos siguiendo patrones de comportamiento repetibles y proyectables. Eso nos da seguridad. Algo inesperado, que no estaba en el cuadro de lo previsto, nos atemoriza. Por lo que tendemos a considerar que esos eventos inesperados son pasajeros, anomalías dentro de un continuo de comportamientos conocidos.

La forma clásica de operar es el estándar sobre cómo enfrentar crisis y problemas, hasta que las cosas no resultan como siempre resultaron. Y cuando ello se hace tendencia, uno se da cuenta -con pavor- que hay una nueva práctica cultural dominando la realidad y que mi empresa, mi partido, mi gobierno, mi familia, yo, no tenemos idea de cómo movernos en ese nuevo e inesperado territorio.

A muchos puede parecerle difícil de entender que políticos profesionales, sabiendo que los computadores de Penta y de sus dueños habían sido confiscados por los fiscales, señalaran en sus primeras declaraciones que nunca pidieron plata al grupo económico, para después observar, estupefactos, como se publicaban sus emails donde sí pedían dineros. U otros que negaban abiertamente, en sus primeras declaraciones, tener que ver con facturas ideológicamente falsas, para posteriormente mirar como se difundía la retahíla de emails o declaraciones de sus cercanos, que daban cuenta exactamente de cómo se entregaron boletas y facturas por servicios que esas personas nunca prestaron, y que tuvieron como único objetivo que el candidato recibiera dinero saltándose la ley.

En el Caso Penta, según lo recorrido hasta hoy, hay tres conductas, propias de la vieja manera de hacer las cosas, que terminaron estallando en la cara de sus protagonistas, por no entender el nuevo escenario donde se desarrolla hoy el drama público.

1.- La primera declaración

La fuerza más poderosa del ego es la autojustificación.  Y los políticos tienen un ego público muy especial, en la medida que se candidatean diciendo contar con atributos de virtuosidad absoluta. Nadie hace campaña señalando que es una persona falible, que duda, titubea ante preguntas cuyas respuestas no conoce. No abundan los candidatos o candidatas que reconocen haber tenido relaciones prematrimoniales, o haber fumado marihuana, o haberle pegado a los hijos para sosegarlos, o haber engañado al marido o la esposa. Menos los que admiten haber aumentado artificialmente los gastos de sus empresas para pagar menos impuestos.

Niegan su imperfecta humanidad, porque el «modelo de negocios» de la política representativa incluye la presentación de los candidatos como seres impecables, que se sacrifican por los demás y que no van a ceder jamás ante los embates de la corrupción, el crimen organizado o el narcotráfico. El político profesional está condenado a venderse desde la perfección cívica. Y cuando se le enfrenta a una evidencia de lo contrario su natural y primera reacción es negar cualquier irregularidad, acusar que todo se trata de una conspiración, pedir que sea la justicia la que resuelva y, cuando ésta comprueba los hechos, reconoce tardíamente que pudo haber excesos o irregularidades, pero no fueron de su responsabilidad.

El problema es que en el mundo moderno, conectado, informado bien y malamente, donde las personas se dividen crecientemente, no entre ricos y pobres, sino entre abusadores y víctimas, en ese mundo que se está creando, sospechoso y desconfiado hasta del hermano y el vecino, la primera declaración en un escándalo en ciernes es la más importante de todas. Es la que fija el estándar de credibilidad de ahí en adelante. La autojustificación busca al culpable siempre fuera de lo propio. «Pudo haber errores, pero no los cometí yo». A partir de esa postura inercial se desencadena la tragedia. Porque hoy todo se hace público. Las pruebas aparecen, los emails son elocuentes, las declaraciones de quienes quieren zafar de multas y cárcel comprometen cada vez más a los intachables. Para cuando el primero de ellos decide cambiar de estrategia y controlar daños, reconociendo irregularidades, el perjuicio sobre su credibilidad está desatado. Sabiendo siempre lo que habían hecho y dejado hacer para conseguir fondos de campaña, el reconocimiento tardío sólo alcanza para dañar aún más a los que siguen negando y al partido que los cobija.

La primera declaración es la más importante de todas. Y si se quiere que la transparencia sea un activo y no un lastre -por su ausencia- entonces se requiere romper con la tentación de la autojustificación.

2.- Efecto del Falso Consenso

Dentro del amplio mundo de los sesgos lógicos hay uno que se conoce como Efecto de Falso Consenso. Consiste en sobreestimar el nivel con que se comparte con otros los mismos valores, actitudes y conductas. Opera como justificación de una conducta individual, asignando ese comportamiento a una condición general de un grupo o especie. Es el argumento del tipo: «cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo».

«La codicia está en la naturaleza humana». «Quién no ha conducido con trago alguna vez». «No hice nada que no se hiciera mil veces antes». «Respecto a eso, todo buen chileno piensa lo mismo que yo». Y así, incesantemente, haciendo cómplices de lo que hacemos a una multitud que suponemos haría lo mismo.

La obvia utilidad inmediata de invocar el Efecto de Falso Consenso es amortiguar el impacto negativo de la conducta propia. Si todos lo hacen, que uno lo haga no es tan grave.

Señalar que el Caso Penta sólo demuestra lo que hacen todos los políticos y que a estos los pillaron, no más, es buscar que el Efecto de Falso Consenso haga su trabajo amortiguador. Lo sorprendente es que un presidente de partido diga aquello. Porque al hacerlo -partiendo por casa- involucra a todos los demás parlamentarios y ex candidatos de su partido, que no están envueltos en el Caso Penta, en las mismas prácticas. Si es tan generalizado, y el presidente de la UDI lo sabe, se supone que la práctica abarca también a quienes, dentro de la UDI, no han sido acusados  de nada, pero hicieron campaña y ganaron o perdieron elecciones. Si las pruebas determinan las responsabilidades, entonces no se puede utilizar el Efecto de Falso Consenso como excusa, porque se va a emporcar aún más el propio nido.

En segundo lugar, intentar dirigir la conducta transversal sólo a los políticos de otros partidos no funciona. Porque lo que se ha visto es que, para que esos candidatos reciban dineros de campaña irregularmente, hay toda una red de personas que debe participar. Desde el empresario que entrega el dinero, sus ejecutivos, su familia, sus abogados, gente que aporta boletas y facturas, empleados de menor rango, desde secretarias, juniors y choferes.

Entonces, cuando se trata de diluir el problema del núcleo duro que está afectado, utilizando el Efecto de Falso Consenso, a fin de hacer sospechosos del mismo comportamiento a los demás partidos y sus candidatos, inevitablemente se está involucrando también a una enorme cantidad de personas, sin pruebas, por el sólo hecho de ser empresarios, familiares de ellos o empleados de ellos.

Es obvio que el financiamiento de la política chilena está lleno de irregularidades, que no abarcan sólo a la UDI, ni al Caso Penta. En gran medida esto es porque la ley de financiamiento de campañas se hizo intencionadamente para que se permitieran muchas de esas irregularidades. Se le privó al Servel de las facultades de fiscalizar; se permitió solamente a las empresas que donaban recibir beneficios tributarios por esas donaciones, lo que no se permitió para las personas que donaban; se estableció como periodo de campaña solo un mes antes de la elección, quedando toda la publicidad antes de ese mes fuera de la contabilidad legal revisada por el Servel. Y así varias características del sistema que motivaban muchas irregularidades.

Pero una cosa es diseñar un sistema que tolera la trampa y otra, distinta, es que todos quienes participen de ese sistema sean efectivamente tramposos. Deben ser miles las personas que, a la hora de la cuenta en el restaurant cada fin de semana, reciben la opción del garzón de: «¿boleta o factura?» Y también deben ser miles quienes, pudiendo pasar ese almuerzo familiar como gasto de la empresa, piden boleta y pagan honestamente, con su plata personal, lo que corresponde. Las excepciones en el caso de cumplir con el juego limpio no confirman la regla. Son precisamente estas excepciones – que pueden ser muy masivas también- las que garantizan que la civilidad y la transparencia todavía tienen lugar entre nosotros. Por lo que acudir a la disminución de la propia culpa mediante el argumento de que la conducta impugnada es el estándar general, tiene como primera víctima al candidato honesto de la UDI y los demás partidos, que compitieron en buena lid y ganaron o perdieron sin recurrir a la trampa. Porque hay políticos transparentes, como hay árbitros que no son saqueros, jueces que en dictadura hicieron bien su pega, empresarios que no ordenan que se abuse de sus proveedores y clientes, militares que jamás se prestaron para torturar a un semejante, esposas que no aceptan ser parte de un esquema tributario de sus maridos para defraudar al Fisco, ingenieros comerciales de la PUC que no viven de martingalas y pasadas ilícitas con la complicidad de sus compañeros de facultad, secretarias que no hacen facturas a sus jefes por servicios no rendidos y empleados que no arriesgan su dignidad para que sus patrones reciban ilegalmente devoluciones de impuestos.

3.- El tecnicismo inútil

«Cuando llueve, todos se mojan. Menos los que usan impermeables marca Búfalo». Un clásico de la publicidad de los años 60s y 70s. El equivalente al impermeable salvador en el Caso Penta es un pago por un servicio que efectivamente se haya realizado. En este escenario están Andrés Velasco y el actual ministro de OOPP, Alberto Undurraga. El primero aduce que cobró 20 millones de pesos por un almuerzo privado de dos horas, ante los dueños de Penta, donde desplegó toda su sapiencia en temas económicos y políticos, como economista y ex ministro de Hacienda. El actual ministro de Obras Públicas argumenta que vendió en 4 millones de pesos un estudio de una fundación que presidía, sobre estadísticas comunales de empresas en la Región Metropolitana.

A estas alturas, ambos tienen muy claro, porque conocen las declaraciones prestadas por los dueños de Penta y sus ejecutivos, que lo que sea que vendieron no tenía valor real para ellos, sino eran simplemente los vehículos formales para canalizarles dineros de campaña. Insistir majaderamente en que los «servicios se prestaron» puede producir un zafe legal para Undurraga y Velasco, pero desde el punto de vista del contacto establecido para obtener fondos de campaña del grupo Penta, la opinión pública no se ha perdido ni un segundo en el tecnicismo de si el estudio existía y si el almuerzo se realizó.

Si hay que añadir humillación a las cosas, no debe ser agradable para el actual ministro de OOPP leer las declaraciones de ejecutivos de Penta, señalando que su estudio se archivó, sin usarse, y que Velasco lea las declaraciones de los dueños de Penta, diciendo que lo contrataron, porque era muy probable que fuera de nuevo ministro clave de Michelle Bachelet en su segundo periodo. Esto último, o buscaba acceso directo a una futura autoridad por 20 millones, o simplemente -como creo- era supina ignorancia de los mandamases de Penta sobre quién era quién en la campaña y las proyecciones de un segundo gobierno de Bachelet.

El Caso Penta, hasta ahora, es una señal de cómo una vieja práctica choca con una nueva manera de ver las cosas.

Esta historia continuará…